Por Luis Motes. Socio-director en Doyou Media
El nuevo paradigma de la comunicación en su faceta reputacional consiste en sustituir el eslogan por la acción. Así, que nadie pretenda jubilar a Mc Luhan porque el medio sigue siendo el mensaje. Si el Nuevo Periodismo aterrizó de la mano de Wolf convirtiendo las noticias en historias dignas de ser contadas, la nueva estrategia reputacional que llegó para quedarse se sustancia en forma de hechos: mi campaña es una pista de running, una cruzada por el corredor mediterráneo o un millón de mascarillas contra el Covid-19. Pero además, en este caso, la comunicación es tangible, se puede tocar y ayuda al prójimo en circunstancias dramáticas, como ahora. Los empresarios y la iniciativa privada están en el foco, estos días más que nunca. Por el papel que han de cumplir en la crisis, por la misión de las empresas en las procelosas aguas de la pandemia y también porque está en cuestión el equilibrio clásico entre la iniciativa individual frente a la colectiva: lo privado frente a lo público. Paradójicamente las empresas nunca observan esa interfaz desde la fricción sino desde el entendimiento y, sin embargo, determinados gobernantes sí que parecen ver en esta crisis una oportunidad para la “estatalización”. El debate está presente en otros países -Macron mismo se está pensando si interviene Air France- y en definitiva, el foco está puesto en los patronos: ¿Qué papel tienen que jugar? ¿Hacen bien en presionar a los gobiernos para que reabran la economía como ha hecho AVE, CEV o la Cámara de Valencia? ¿Están siendo realmente comprometidos?
En 1985 el periódico que usted tiene en sus manos tuvo a bien publicar el primer escrito de un joven estudiante de primero de periodismo. Quien suscribe tuvo el atrevimiento de hacerle llegar a María Consuelo Reyna, a la sazón mítica directora del diario decano, las disquisiciones sobre los desvelos de un aspirante valenciano a periodista recién aterrizado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Imagino que como el artículo llegó a la redacción de la mano de Don Francisco Domingo, la directora de Las Provincias no tuvo más remedio que atender la petición de su gran amigo. Paco Domingo era un empresario de prestigio, habitual columnista del periódico dinamizador -cuando no patrocinador- de iniciativas culturales y políticas en el seno del valencianismo y, prácticamente, uno más de mi familia. Yo admiraba a Paco desde la adolescencia, particularmente su inquietud social y cultural, su voracidad lectora -se desayunaba con 5 periódicos- y además tengo que reprocharle -años después de su muerte- que tuvo parte de culpa de mi atribulada vocación. Domingo y su hermano José tenían una floreciente empresa de horticultura, fundaron Iberflora, Pepe fue vicepresidente del Valencia CF con Arturo Tuzón y, en el caso de Paco, además se embarcó en aventuras políticas tan románticas como poco exitosas: Coalición Valenciana o la Operación Reformista -creo que yo llegué a votar a Roca-. Hoy, cuando tanto se glosa el compromiso del empresario y su responsabilidad social me acuerdo de él porque fue un precursor de esa cultura que fomenta las obligaciones del empresario para con su comunidad. Sin saberlo, o sabiéndolo.
La crisis del Covid-19 ha conmovido el mundo, ha conmocionado la política y la comunicación, ha dejado en evidencia nuestra escala de valores, a nuestras instituciones y la catadura del colectivo. La crisis dejará al descubierto un ejército de personas que requerirán cobertura en sus vidas y patinan quienes esperan que sea el Estado quien corra con la fiesta. Los campeones de “lo público”, de “lo social” andan dándose codazos y buscando ventaja para alterar el juego de equilibrios. La crisis del Covid-19 y el carrusel de errores y negligencias exhibido demuestra que el Estado debe dotarse de mayores gestores para garantizar los derechos fundamentales como la sanidad pero es la empresa, el libre mercado convenientemente reglamentado, el verdadero elemento protector de los trabajadores.
Las empresas familiares vienen sucediéndose de padres a hijos generando dinámicas de estabilidad, garantizando el bienestar de los trabajadores y, en definitiva, fomentando que la sociedad progrese. No conozco arma social más definitiva que el empleo, el que se crea y se mantiene en los miles de empresas que cada día abren sus puertas. No conozco mejor política social que levantar la persiana. Nadie como el empresario conoce los riesgos que supone la inseguridad jurídica, alargar el confinamiento por negligencia, miedo o desconocimiento, aletargar la economía hasta que la cosa se ponga irreversible y que deje a los trabajadores sin abrigo. El tiempo corre. Y mañana es tarde.
Claro que hay patronos indecentes. Como abogados, sanitarios, periodistas, maestros o torneros fresadores. Pero la inmensa mayoría se rebela cada día contra la resignación y combate la ocasional estulticia administrativa, la falta de apoyo, soportando miradas de sospecha por su espíritu emprendedor. En estos días, además, ellos también están dando ejemplo, como el primero, de compromiso en el combate de la pandemia. Aportando recursos, imaginando y ejecutando soluciones, donando material o cantidades económicas, activando su red de contactos internacionales. En ese sentido hay 3 clases de empresarios. Los que no hacen y sí dicen que hacen. Los que hacen y lo dicen. Y los que hacen y no lo dicen. Me quedo con la segunda y tercera categoría de patronos. Todos nos jugamos mucho, pero estos más.